domingo, 17 de agosto de 2014

Almas en pena ( El difunto de la cruz)

En una oportunidad yo venia de Huamachuco donde estudiaba. Me anochecía por el Alto de la Vaqueria, a la Capilla llegue a las ocho de la noche y en la casa de Norberto Sanchez me invitaron para quedarme, pero mi deseo era llegar a Calemar aprovechando la fresca porque en el día hace mucho calor. Así que a las 10 de la noche he cargado mi alforja y he continuado el camino. 

Al llegar a la quebrada de Urpayaco me he sentado a descansar y veo mas o menos a 50 metros a un muchacho, Joaquin Rondo, que ya había muerto pero yo no lo sabia. Eran las 12 de la noche. Yo sentí alegría porque yo lo conocía. Mi primera intención fue hablarle, preguntarle por los de la casa, si había visto a los familiares; pero cuando el se acercaba mas note que su cara estaba manchada de sangre, tenia algo raro que me quito las ganas de hablarle y el, lejos de seguir por el camino, subió sobre un apoyo en el camino y cuando ya estaba en mi dirección se me vino encima y me tumbo al suelo para ahorcarme. Yo le conocía y ademas había Luna clara. Bueno, hemos forcejeado un buen rato y prácticamente yo no tenia fuerzas para seguir defendiéndome: yo era muchacho en ese tiempo y el era fornido.     

                              

Yo tocaba sus manos, heladas completamente, pero cuando quería agarrarlo no encontraba nada; solo el bulto nomas. Hice un ultimo esfuerzo porque ya estaba a punto de perder el conocimiento. Y me he zafado de sus manos. He agarrado mi bastón, un palo de un metro veinte que siempre acostumbro utilizar cuando viejo en las noches. Con el bastón le he tirado una buena paliza, de lo que estaba saliendo de cuesta me he regresado de bajada, lo he corrido a palos mas o menos cincuenta metros hasta que hemos llegado a un árbol de pate que aquí es una planta que se usa para sacar fibra y fabricar sogas. 

Se fue por el lado del pate y desapareció; yo lo he buscado por allí y nada; he regresado y cargado mi alforja y he continuado por el camino. Cuando he llegado a la quebrada de Urpayaco me encuentro con una cruz y aunque la luna era clara no distinguía bien las letras, he alumbrado con in fósforo para saber quien era el difunto de la cruz.

Resulta que en encuentro con que la cruz era de Joaquin Rondo, con quien yo terminaba de tener una lucha. Esta es la historia del alma  condenada que yo encontré y que posiblemente salve, porque dicen que el alma condenada hay que darle su buena maja para que se salve.



En: Tradición Oral. Departamento de la Libertad. Jorge Diaz Herrera. Lima, Concytec.


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